No entendí por el portero eléctrico quién era. Sólo escuché Ortiz y algo más y la dejé pasar. Pero en cuanto abrí la puerta del departamento y la vi acercarse supe que era ella. Sus ojos son más claros que los tuyos pero tiene tu mirada tierna y atenta, como un ventanal abierto a la comprensión del universo circundante.
Ariadna... tu nieta.
Gustavo querido. Gustavo mío. Perdoname. Perdoname por desconfiar de tu integridad, de tu hombría, de tu amor. En ningún momento imaginé...
¿Cómo podía imaginarte de otro modo que no fuera repleto de vida, fuerte, entero, después de esos cuatro días maravillosos durante los cuales no vi en vos siquiera un rasgo de debilidad, un signo de flaqueza?
Cómo suponer entonces que a la madrugada, horas después de nuestro regreso de Iguazú, ibas a sufrir ese dolor en el pecho que a duras penas te permitió llamar a Gus.
Ariadna me lo contó. Sentada a mi lado mientras yo me iba desmoronando lentamente y la miraba a través de una cortina de llanto espesa e interminable.
Paso a paso fui enterándome de todo: la llegada de Gus a tu casa casi al mismo tiempo que el servicio móvil de la unidad coronaria, las maniobras de resucitación, la inmediata internación, el intento del by-pass... y el no va más irreductible en el quirófano, tu corazón rendido en medio de una batalla estéril por salvarte.
Perdón, querido mío. Pensé que te habías burlado de mí, cuando sólo tuviste para conmigo pensamientos amorosos.
Qué injusta es tu partida, Gustavo. Qué difícil me resulta aceptarla.
¿Por qué Dios permitió esto? ¿Por qué no nos concedió un tiempo para vivir nuestro amor plenamente como queríamos, por qué nos negó la dicha cuando nuestros sentimientos eran puros, sanos, y sólo aspirábamos a dar y a darnos el uno al otro?
No nos merecíamos esto, no merecías vos esta muerte temprana ni merecía yo que te arrancara de mí con tanta crueldad.
Pero aunque este dolor me parta en mil pedazos, doy gracias por haberte conocido: por vos supe lo que es ser mujer de un hombre, reconocer mi femineidad en tu mirada, prolongarme en el otro.
No nos merecíamos esto, no merecías vos esta muerte temprana ni merecía yo que te arrancara de mí con tanta crueldad.
Pero aunque este dolor me parta en mil pedazos, doy gracias por haberte conocido: por vos supe lo que es ser mujer de un hombre, reconocer mi femineidad en tu mirada, prolongarme en el otro.
Mi amor, mi único amor.
Esos cuatro días de felicidad valieron una vida.
Esos cuatro días de felicidad valieron una vida.
Y lo último que escribiste en tu diario es la mejor prenda de amor que podías dejarme. Ariadna lo imprimió y me lo trajo:
Acabo de dejar a Marta en su casa. Hemos vivido unos días maravillosos. La amo y me ama. Mañana voy a llevarla al Rosedal y le pediré que sea mi esposa. Soy feliz.
Claro que sí, Gustavo. Te amo. Y eso me hace feliz aunque el dolor de no tenerte ya me devore la vida que me queda.
Te amo, querido.
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Hace un rato hablé con Isabel y le conté todo.
Tampoco ella se había enterado. Es que apenas regresó de París tuvo una gripe terrible que la obligó a estar en cama durante varios días, y no tuvo contacto con ninguna de sus relaciones de los tribunales.
Se ha quedado muy mal: le tenía cariño a Gustavo y ni imaginaba este amor enorme que había nacido entre nosotros en este tiempo.
No te dejes abatir, me dijo. Estoy abatida, le contesté.
Ayer ha estado Ariadna de nuevo en casa. Es una chica increíble. Dulce, tierna. Y muy bonita. Con un pelo rubio que le cae más allá de los hombros como una lluvia de trigo. Y la mirada de Gustavo.
Poco rato antes me ha llamado su padre por teléfono para explicarme que accedieron a la computadora de Gustavo con la intención de revisar datos que fueran de interés para la familia, fechas de pagos, anotaciones bancarias, etc. Ariadna detectó el diario que llevaba su abuelo y si bien él le indicó que no leyera algo que era estrictamente personal y que implicaba invadir su intimidad, la chica no pudo evitar hacerlo buscando en esas líneas la voz de Gustavo, sus inteligentes reflexiones -que tantas veces le había escuchado- y especialmente las cosas que podía haber dicho sobre ella.
Ese diario ha conmocionado a toda la familia, por el amor que Gustavo reflejó al aludir a cada uno de ellos.
Así supieron de mí, y enseguida pensaron que era muy probable que ignorara lo sucedido.
Ariadna decidió por sí sola venir a contarme, después de encontrar mi domicilio y mi número telefónico en la agenda de su abuelo.
Ayer me trajo las fotografías de Iguazú que Gustavo tomó con su cámara.
No las he visto aún. No las veré por un tiempo. Las conozco muy bien, las he vivido y a cada momento vuelven una y otra vez a ocuparme.
Ariadna quiso regalarme una lapicera que Gustavo quería mucho y llevaba consigo todo el tiempo. La reconocí, y me saltaron las lágrimas. Le agradecí el gesto pero le pedí que la guardara ella: no necesito otro recuerdo de Gustavo ya que él mismo vive en mí como una llama inextinguible.
Poco rato antes me ha llamado su padre por teléfono para explicarme que accedieron a la computadora de Gustavo con la intención de revisar datos que fueran de interés para la familia, fechas de pagos, anotaciones bancarias, etc. Ariadna detectó el diario que llevaba su abuelo y si bien él le indicó que no leyera algo que era estrictamente personal y que implicaba invadir su intimidad, la chica no pudo evitar hacerlo buscando en esas líneas la voz de Gustavo, sus inteligentes reflexiones -que tantas veces le había escuchado- y especialmente las cosas que podía haber dicho sobre ella.
Ese diario ha conmocionado a toda la familia, por el amor que Gustavo reflejó al aludir a cada uno de ellos.
Así supieron de mí, y enseguida pensaron que era muy probable que ignorara lo sucedido.
Ariadna decidió por sí sola venir a contarme, después de encontrar mi domicilio y mi número telefónico en la agenda de su abuelo.
Ayer me trajo las fotografías de Iguazú que Gustavo tomó con su cámara.
No las he visto aún. No las veré por un tiempo. Las conozco muy bien, las he vivido y a cada momento vuelven una y otra vez a ocuparme.
Ariadna quiso regalarme una lapicera que Gustavo quería mucho y llevaba consigo todo el tiempo. La reconocí, y me saltaron las lágrimas. Le agradecí el gesto pero le pedí que la guardara ella: no necesito otro recuerdo de Gustavo ya que él mismo vive en mí como una llama inextinguible.
Andy estaba aquí cuando ella llegó: ha venido todos los días a acompañarme un rato.
Los chicos han simpatizado. A los pocos minutos estaban conversando como si se conocieran de años.
Los chicos han simpatizado. A los pocos minutos estaban conversando como si se conocieran de años.
Ariadna comentó que desde que vio Pulp Fiction se ha hecho fan de Tarantino y tiene todas sus películas en DVD. Y Andy la invitó a ir al cine a ver de nuevo Kill Bill I y II. Han salido juntos.
Tal vez ...
Al menos estoy segura de que serán buenos amigos.
Tal vez ...
Al menos estoy segura de que serán buenos amigos.
La vida discurre como debe. A pesar de la muerte de Gustavo, de este dolor incurable que me acompañará siempre. De este amor roto por una artera maniobra del destino.
Ahora no sólo amo lo que hago, lo que tengo, sino que amo lo que soy.
En el amor de un hombre me he encontrado.
Dentro de unos días viajaré a Colonia Illia y me quedaré con Ivonne alrededor de un mes.
La paz del lugar, la vida sencilla apegada a la naturaleza, el afecto de Ivonne y sus oraciones me ayudarán a rehacerme.
Al menos, lo intentaré.
Ahora no sólo amo lo que hago, lo que tengo, sino que amo lo que soy.
En el amor de un hombre me he encontrado.
Dentro de unos días viajaré a Colonia Illia y me quedaré con Ivonne alrededor de un mes.
La paz del lugar, la vida sencilla apegada a la naturaleza, el afecto de Ivonne y sus oraciones me ayudarán a rehacerme.
Al menos, lo intentaré.
Cierto, Gustavo. Lo conseguiré.
* * * * * * * * * * * * F I N * * * * * * * * * * * *