miércoles, 5 de agosto de 2009

CAPITULO 17





Últimamente me siento bastante fatigado al final del día. Debe ser la tensión natural que genera esta novedad que ha llegado a mi vida, hasta ahora monótona, opaca. Marta trajo con ella un plexo de emociones que no transitaba desde hacía tiempo, y eso también agota, pero es un agotamiento dulce, enriquecedor. Ayer me ha dicho que sí, que irá de viaje conmigo un fin de semana: ha elegido las Cataratas de Iguazú. Tendré que ocuparme de comprar los pasajes y hacer las reservas en el hotel, le propuse el Sheraton y le pareció magnífico. De modo que no voy a disponer de tiempo para la consulta médica y los estudios clínicos, eso quedará para cuando regresemos.
El otoño llega a su fin, vamos a ver qué nos trae el invierno. La próxima semana vendrá Teresa, estará unos días en casa y se irá a Entre Ríos, supongo que para trazar con Fernando las líneas de su futuro en común. Más adelante iremos todos a pasar un fin de semana con ellos. En esa ocasión les hablaré de Marta y, al volver, trataré de programar una ocasión para presentárselas. Tal vez una cena en un restaurante: es menos formal que comer en familia, no quiero que Marta se sienta demasiado comprometida pasado tan poco tiempo de conocernos.
Me siento contento por esa oportunidad de pasar juntos y solos unos días. No sé describir con palabras la sensación que Marta me transmite: supongo que se llama paz. Pero no es solamente eso. También es bienestar, confort físico, moral, intelectual, emotivo.
Pienso que está claro para Marta que no me muevo bien en los entresijos de la corte romántica pero que puede contar conmigo a su lado en los buenos y en los malos momentos. Compañía y lealtad, es lo que puedo ofrecerle. Tal vez con el tiempo aprenda –no dudo que ella acabe por enseñarme– los pequeños detalles que componen un comportamiento romántico, los sortilegios para tocar su sensibilidad a través de esos gestos que a las mujeres agradan tanto: las elaboradas declaraciones de amor, el envío regular de flores, la práctica de pequeñas sorpresas, cosas que nunca se me ocurren porque antes no las necesité. Mi mujer me amó porque –según decía– era valiente y leal. Me avisaba con antelación la fecha de su cumpleaños porque sabía que de lo contrario lo olvidaba; me decía exactamente qué quería que le regalara porque estaba consciente de que yo no iba a saber qué comprar; y cuando la vida cotidiana se volvía demasiado espesa me decía con simplicidad y ternura: "escribime una carta de amor, lo necesito". Espero que esas características, coraje y lealtad, también sean suficientes para Marta. No tengo mucho más que dar.
Bien, hay otra área en que pienso que podemos recorrer juntos un camino placentero: el territorio de la sensualidad. Sin embargo, tengo la convicción de que no merece la pena tejer elucubraciones sobre el tema. El sexo no se conversa sino que se practica. No sirve como argumento verbal para seducir a una mujer. Cuando estemos juntos aprenderé su cuerpo de memoria, para que no haya ni un centímetro de su piel cuya reacción no conozca como la palma de mi mano. Aunque esa tarea me tome el resto de mis días.


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Apenas faltan dos días para el viernes y todavía tengo miles de cosas para hacer. Gustavo me dejó elegir adónde ir y después de pensarlo decidí que el mejor lugar para estos días de intimidad era Iguazú. Aunque estemos cerca del invierno, el clima allí es cálido, el paisaje es de una belleza impresionante y no debe haber mucha gente a esta altura del año.
Primero pensé en Mar del Plata y en el Hotel Dos Reyes, que tiene habitaciones amplias con una vista al mar subyugante, pero aunque está un poco alejado del centro, no es improbable encontrarse con algún conocido. Medio mundo va a Mar del Plata en cualquier momento del año y para colmo, la hermana de Mabel tiene departamento en la zona de Playa Grande. Si ella me llegara a ver con Gustavo ¿qué explicación podría darle? Nooo, a la media hora lo sabría Marcelo y por nada del mundo quiero que los chicos se enteren. Por el momento, claro. Después... ya veremos si hay un después. Aunque creo que sí, y me hace muy feliz pensar en un después con Gustavo.
Ir al sur tampoco era apropiado con las temperaturas bajo cero que se registran por esos lados, aunque no hubiese estado mal pasar todo el día bajo una pila de frazadas.
No, lo mejor es ir a Cataratas, gozar del clima, del paisaje, de Gustavo. Con ropa de verano y corazón de verano. Y nada menos que en el Sheraton, que está dentro mismo del parque nacional. Ya sabía por las fotos que trajo Marcelo que el hotel es bellísimo, con algunos lujos que se disfrutan mucho. Pero esta mañana la he llamado a Mabel y como de casualidad saqué el tema y le hice preguntas. Me ha dicho que las habitaciones con vista a las cataratas son comodísimas, con un baño enorme, y que es un placer a cualquier hora del día o de la noche asomarse al balcón para ver el espectáculo de las aguas cayendo eternamente con su inagotable energía, y escuchar su murmullo arrullador.
Me imagino los dos, tomando una copa de champagne a medianoche, mientras la luna nos sonríe y las flores del parque nos aroman el aire que respiramos. También me explicó Mabel que hay dos restaurantes -uno de tenedor libre y el otro a la carta, con cocina de autor- en los que se come estupendamente. Tenés que ir en algún momento, me dijo. Y aproveché para mencionar que adonde me iba era a la quinta de Ester, que le avisara a Marcelo. Cuando le conté a Ester me abrazó loca de contenta y me recomendó que no tuviera miedo de nada, que todo iba a estar bien. Bah... me dijo: dale con todo, Marta, dale con todo que es tu momentoooo. Es tan compinche que lo ha convencido a su marido para ir ellos este fin de semana a la quinta. Todo tiene que marchar sobre ruedas, no sea cosa de que alguno de tus hijos nos vea por aquí y me pregunte por dónde andás, me dijo. Y se rió con toda la picardía de que es capaz.
Hace un rato Gustavo me llamó para decirme que no consiguió pasaje de regreso hasta el martes. De modo que serán cuatro noches en Cataratas. Cuatro noches en un paraíso con Gustavo.
Cuando le cuente a Isabel se desmaya. La he llamado varias veces en estos días y hasta le dejé un par de mensajes, pero no los contesta. Trataré de localizarla antes de irme, tal vez esta noche.
Mañana iré a comprarme un jean nuevo. Tengo uno negro, de los que fabrica Marcelo, pero también llevaré uno azul, con tres tachas discretas a la altura de la rodilla, que he visto en Santa Fe. Es carísimo, pero vale la pena. El jueves tengo gabinete de belleza, voy a darme un baño de parafina en los muslos, hacerme limpieza de cutis y un masaje relajante. Y brushing, por supuesto.
Tengo que hablar al geriátrico para averiguar cómo anda tía Juana. Entre el problema de Andy, la llegada de Andrés y el click que le ha dado Gustavo a mi vida, hace más de veinte días que no la veo. No ha estado bien, a sus trastornos de salud acostumbrados se ha sumado una artrosis en las cervicales que apenas la deja dormir. Cuando regrese de Cataratas iré sin falta a visitarla.
Cuando regrese... Dios ¿será real esta felicidad que me pone campanillas en el cuerpo y en el alma, esta presencia varonil en la que puedo descansar y al mismo tiempo estar más viva que nunca?

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