miércoles, 24 de junio de 2009

CAPITULO 5





Cuando Teresa estuvo acá Ann venía muchas veces. Ambas se llevan muy bien aunque raramente estén en contacto. De todos modos, cuando se encuentran es una fiesta. Supongo que Teresa es una fiesta en la vida de cualquiera. A veces también venía Ariadna, cuando su horario escolar se lo permitía. Me gustó ver juntas a esas tres mujeres y tenerlas cerca. A pesar de que Gus sólo se reunía con nosotros para cenar, esa semana éramos otra vez una familia, como cuando Eugenia vivía y los chicos estaban en casa.

Me estoy poniendo nostálgico.

Antes de irse Teresa me dijo que a Ann le pasaba algo, no porque ella se lo hubiese contado sino porque la notaba preocupada y triste. Sugirió que hablase con Gus. Le hice ver que si era Ann la que no estaba bien, con ella debía hablar y no con el marido. Me respondió que no, porque probablemente el problema de Ann era Gus. Las mujeres tienen una manera de ver las cosas que nunca deja de sorprenderme. Decidí hablar con ambos. Dijeron que estaban atravesando una crisis, que las cosas se compondrían con el tiempo. Cuando se lo conté a Teresa, por teléfono, opinó que las cosas no se arreglan con el tiempo, o las componemos nosotros o no hay nada que hacer. "Es lo peor que le puede pasar a un matrimonio" –afirmó–: "esperar que el tiempo solucione lo que las personas no son capaces de resolver". De manera que sugerí a mi hijo y a mi nuera que aprovecharan la Semana Santa para hacer un viajecito solos. Después de rezongar un poco aceptaron la idea. Fueron a Iguazú. Ariadna se quedó conmigo.

Discutíamos todas las noches a la hora de la cena. Ella dice que los viejos no sabemos nada, que creemos ser sabios porque hemos vivido mucho, pero en otros tiempos, por eso es que de la vida de hoy no sabemos nada. "Y vos menos" –añadió en cierta ocasión– "porque vivís aislado, fuera del mundo, encerrado en una casa demasiado grande, sin ocupación, sin hacer algo útil, sin un amigo con quien conversar". Intenté hacerle ver que las cosas fundamentales de la vida se repiten a través de las generaciones. Respondió: "Puede ser, pero la manera de solucionar los problemas cambia". Volvíamos una y otra vez a ese tema, a propósito de todo. En una ocasión la charla se encauzó hacia sus padres. Sabía que habían viajado con el fin de arreglar su matrimonio. Procuré minimizar el asunto diciéndole que no era tan grave, simplemente necesitaban estar algún tiempo solos, tener alguna intimidad, quebrar la rutina. Para mi asombro me respondió que lo que cada uno de ellos necesitaba era buscarse un amante. "Sabés" –dijo la nena con el mayor desparpajo–"cuando las parejas tienen problemas, es en la cama donde funcionan mal". En ese momento me atraganté con la sopa.

Una noche discutimos en serio a causa de su obstinación en no comer para no engordar. No me cabe en la cabeza que una adolescente que mide 1.70 y pesa 58 kilos deba hacer dieta. Es magra como un junco. Le hice un sermón sobre la salud a lo que respondió que está cansada de que se metan en su vida, de las opiniones de los adultos, de los consejos de los maestros. Le dije que todos los adolescentes pasan por esa fase de rebeldía, piensan lo mismo y actúan de la misma manera, y se puso furiosa por lo que llamó la prepotencia de la tercera edad. Sin embargo la niña tiene tan buen temperamento –seguro lo heredó de su abuela– que se le fue el enojo en el tiempo que tardó en ir del comedor al sofá de la sala. Estaban dando una película antigua en la tele y se quedó a verla conmigo. Puso una almohada sobre mis piernas, se acomodó con la cabecita sobre mis rodillas y al rato se durmió. Más tarde, para no despertarla, la alcé en mis brazos y la llevé al que era el cuarto de su padre, donde suele dormir cuando está aquí, le quité las zapatillas y la cubrí con una manta. Me quedé con una sensación cálida en el pecho: la sensación que uno tiene cuando no está solo.

Desde que Ariadna estuvo en casa me sorprendo más de una vez pensando en las cosas que me dijo. Y en parte tiene razón. Seguramente está en lo cierto cuando dice que vivo fuera del mundo. Sea por lo que me dijo, o porque tal vez yo mismo empecé a creer que esto así no va, o por lo que fuera, decidí cambiar mis hábitos. Como experimento, a ver qué pasa. Aunque salir a la calle no sea la solución para la soledad, por lo menos puedo distraerme, pensar en algo que no sea la inutilidad de mi vida. Así que ya empecé a salir todas las mañanas: camino hasta Rodríguez Peña, doy un par de vueltas alrededor de la plaza y después almuerzo en el Ibérico, un lugar sosegado, donde se come bien, y no está demasiado lejos.

Cuando le dije a Adelina que de ahora en más iba a almorzar afuera, casi le da un colapso. Seguro llamó a Gus para quejarse de que era inútil seguir trabajando en esta casa si ni siquiera puede prepararme la comida, pero mi hijo la debe haber convencido de que me sería beneficioso, porque al día siguiente estaba tranquila y bien dispuesta, haciendo planes complicados para reorganizarse. Vino tres o cuatro veces a decirme cómo iban a ser las cosas en adelante. Cada vez que decidía algo enseguida cambiaba de idea, y se pasó la mañana discurriendo sobre cocinar para el almuerzo y dejar la sobra para la cena, hacer lo contrario, seguir haciendo como hasta ahora, cambiar el horario o simplemente dimitir y que yo me encuentre quien me cuide porque ella ya no tiene edad para variar sus rutinas. Al final decidió que en vez de hacer el almuerzo y dejarme la sobra preparada para la cena pasa a hacer la cena y lo que sobra lo come ella en el almuerzo al día siguiente. Y hubo paz.

**********


Estoy rendida. Fusilada, como diría Andy. A las 9 en punto estaba ya con los guantes puestos y no he parado hasta el mediodía. Mis plantas me necesitaban y he cumplido con ellas. Marcelo ha llamado avisándome que hoy viene a cenar con las mellizas, a comer milanesas a la napolitana me dijo, dando por sentado que las prepararé. Mabel no vendrá, en un par de horas viaja a Junín porque mañana operan de la vesícula a su madre y se quedará acompañándola unos días. Las chicas me han pasado por correo las fotos que se sacaron en Iguazú durante la Semana Santa. Están espléndidas. Hay una en la que están los cuatro en el parque del Sheraton, con las cataratas de fondo. Se los ve riendo abrazados, en un derroche de alegría y vitalidad. Voy a pedirle a Marcelo que la amplíe y me la imprima.
Me va a venir bien compartir un rato con mi hijo y mis nietas, será como una ración de familia que hace tiempo no tenía. Aunque yo pensaba ir a ver un espectáculo de teatro "under" en Clásica y Moderna. Es a las 6, me queda muy cerca y seguro termina antes de las 8, pero si tengo que cocinar no podré ir. Además, me gusta quedarme después de la función, a veces se dan charlas muy interesantes, informales, se debaten ideas en torno al argumento, me conecto con gente que vive en otros espacios, con cinturones de plomo diferentes al mío, o quizás sin ellos.
Mientras cortaba con sumo cuidado unas ramas del laurel, pensaba en cómo juega el tiempo con relación a uno. O con uno. Cuando se vive el vértigo de trabajar y criar hijos hay un déficit penoso de horas, de momentos, de días, de vida. De esa vida de verdad que cuesta tanto aprender a vivir, y que fatalmente arroja un saldo de años signados por la satisfacción de lo inmediato. En esa etapa, todos los requerimientos son urgentes, impostergables. Hay una densa maraña de compromisos absolutamente ineludibles que ocupan todos los renglones de la agenda, a los que cada día hay que sumar los imprevistos, las pequeñas catástrofes cotidianas que deben atenderse sí o sí: el calefón roto, el chico que vomita, las reuniones del colegio, el pan que se acabó...Y en esa agenda muere todo lo que se desea hacer y sólo será posible en algún remoto lugar del futuro: cuando se tenga tiempo.
Ese futuro ha llegado para mí. Las traducciones no me insumen más que dos o tres tardes por semana, visito a tía Juana cada quince días, puedo ocuparme serenamente de mi jardín, asisto a las clases de yoga, voy a ver espectáculos, leo, releo, me doy una vuelta por la Clásica cuando me da la gana, recorro sin prisa las librerías de Corrientes...Y sin embargo, algo no termina de funcionar como debe. ¿Qué es lo que anda mal? ¿En que quedó el hambre de hacer cosas que me gustaban, ahora que puedo saciarlo casi como ayer lo deseé hasta la desesperación? Amo todo lo que hago, pero ¿amo lo que soy? Ahora que dispongo de ese capital escurridizo, ahora que es mío y para mí ¿Por qué disfruto apenas, casi lánguidamente? ¿He roto las ataduras que me arrearon a deberes puntillosamente cumplidos, o me aferro a ellas de tal modo que sólo disfruto de lo que debo y no de lo que puedo, libre de una vez a tiempo completo?
Todavía no hago nada para defender este mínimo planeta de vuelos sin horario que me amaso con más vigor que luz. Hoy mismo no iré a Clásica porque Marcelo, sin preguntar si me venía bien, sin pedirme opinión, como si fuera el César de mi aburrida existencia, anunció que vendría a cenar con sus hijas. Y yo, como si viviera esperando que alguien me llame para cumplir debidamente el rol que me asignó el destino, acaté sin chistar. Como cuando perdía el turno en la peluquería porque tenía que ir a buscar a los chicos, como cuando no me compraba ese suéter que tanto necesitaba por pagarles las clases de tennis, como cuando no me tomaba vacaciones porque había que pintar el departamento, o porque se casaba Andrés, o porque Marcelo se había quedado sin trabajo o porque Federico tenía que hacer terapia. Como si el tiempo no hubiera pasado y hoy fuera una copia borroneada del ayer.
Tengo que defenderme, ese es uno de los cambios que indudablemente debo hacer. ¿Quéres venir hoy a cenar, Marcelo? ¡Qué pena! No puedo. Mañana sí, me encantará, no sólo te voy a preparar las milanesas a la napolitana, también el tiramisú que le gusta tanto a las nenas. Bueno, entonces el sábado. ¿No podés? Lo siento. Eso tengo que decir la próxima vez, fresca y natural, sin atisbo de dudas.
¿La próxima vez? En esta época hay que cortarle algunas ramas al laurel para que dé brotes nuevos, frescos y robustos. Con precisión, procurando no herir a la planta más de lo necesario. Y en el tiempo justo. Ahora.
Es entonces ahora, ahora si de verdad me propongo amar lo que soy.
Ya mismo llamo a Marcelo. Hoy voy a la Clásica.

2 comentarios:

  1. Están muy bien reflejados los sentimientos de una mujer que ha dedicado su vida a cumplir con el deber impuesto y que cuando llega el momento de poder hacer lo que siempre ha querido, se encuentra con que ya no sabe muy bien lo que es, quizá porque le falta algún estímulo. Y también la actitud de su hijo que piensa que ella siempre tiene que estar disponible, cómo y cuándo los demás quieran. Me gusta mucho este pasaje.

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  2. Gracias, Julieta. La idea era transmitir precisamente eso. Nos alegra que te haya gustado.

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