martes, 14 de julio de 2009

CAPITULO 11




Nunca pensé que a esta altura de mi vida iba a tener la desagradable sensación de que lo aprendido no sirve para nada. Es como si la tierra se abriera debajo de mis pies.
Los otros días vi en el noticiero las imágenes de un huracán en Florida. Es como me siento, como si una catástrofe sacudiera mis cimientos, mis certidumbres, mi perspectiva del mundo.
No me pareció que la frase de Ann terminase con un punto final sino con puntos suspensivos, como si esperara que yo, al entender, la completara. Desde entonces he pensado en varias cosas, y entre todas las hipótesis hay una que no se me va de la cabeza: No soy yo que me acuesto con otro hombre… es Gus.
Y sin embargo, no me parece que sea así. O no lo acepto. O no lo entiendo.
Repaso todo lo que sé sobre mi hijo y no puedo creerlo porque siempre pensé que la homosexualidad se debe a factores genéticos y no adquiridos. O sea, tengo la convicción de que uno nace homosexual, no se vuelve homosexual.
Concluyo que no sé nada sobre el tema y debo tratar de informarme para comprender. Lo más raro es que de repente me entero de que no tengo nadie con quien conversar sobre ese asunto. No lo hablaré con Ariadna ni con Teresa. Intenté abordar la cuestión con Fernando cuando vino a verme en el fin de semana pero me preguntó a qué venía esa inquietud. No supe qué responderle y mentí que había visto una película en que un tipo casado, un jefe de familia, empieza a salir con hombres. Respondió con una carcajada que le sorprendía que no me percatase de que las películas, aun siendo en el género realista, son obras de ficción. Así que me callé y cambié de tema para no hacer el ridículo.
Hubo un detalle que puso unos tintes de color en el paisaje gris de mi existencia actual: Fernando me contó que cuando Teresa venga, en julio, va a estar unos días en la finca para ayudarlo con la remodelación de la casa. A ella no le gustan las sorpresas, y le dijo que si ha proyectado mejoras para que se sienta cómoda, prefiere hacerlas ella misma, a su manera. Ninguna respuesta podría haberlo hecho más feliz. Se metió en la cabeza que Teresa viene para quedarse o que al menos tiene la intención de volver a Argentina en un futuro próximo.
La estancia de Fernando aquí fue agradable, sirvió para aligerar mis pesadumbres. Trajo carne, como suele hacer, y Adelina se entusiasmó preparando asados con sus marinadas secretas que le place ir desvelando mientras sirve la comida, por lo que no sólo no son secretas sino que parece interesada en que nos enteremos de todos los detalles, lo que nos hace reír y nos despierta ternura.
El domingo fuimos a almorzar con Gus, Ann y Ariadna a un restaurante en las afueras y todos parecían extrañamente relajados, sólo yo me sentía tenso y aprensivo, aunque intentase disimularlo. No hablaron ni una palabra sobre la separación, lo que es raro, pues tienen una relación bastante próxima con Fernando y no creo que quisieran mantener el secreto con él. O se lo comunicaron antes, y entonces no había razón para abordar el tema. O no quisieron hablarlo delante de Ariadna. Mientras comíamos se me ocurrió que tal vez todos estuviésemos fingiendo una distensión que no era real, como si representáramos una escena en el teatro en la que cada actor cumplía un rol ocultando sus verdaderos pensamientos. En cierto momento me di cuenta de que con el paso del tiempo algo se quebró en mi familia sin que me hubiese percatado. De todos modos, me repito incesantemente que todas las familias tienen momentos de crisis y acaban por superarlos, pero me he vuelto extremadamente frágil y no soy capaz de encuadrar la realidad en una perspectiva exenta de emoción. Debo repensarme.
Tal vez debiese hablar con Teresa, pero lo de Ann y Gus no es para tratar por teléfono. Él aceptó que en julio nos reuniéramos todos para conversar sobre su separación. Y de repente me da pánico imaginarme con los míos, sentados alrededor de una mesa, escuchando a mi hijo decir que se enamoró de un hombre. Ni pensarlo. Cuando dije que los asuntos de familia se tratan entre todos no se me había ocurrido la hipótesis de algo fuera de la normalidad. Es precisamente esa sensación de ya no saber los límites de la normalidad lo que me hace sentir que un huracán arrasó mi vida. Supongo que tengo que analizar esto con un profesional porque no son temas para charlar con parientes o amigos.
A qué punto llega la soledad cuando un hombre tiene que pagar una consulta para conversar con alguien sobre algo que lo preocupa.


**********


A través de los cristales veo el rosal inmóvil, oscurecido, empapado de una irrealidad que el silencio agrava irremediablemente. Un silencio abrasivo, desgastante. ¿Será igual en casa de Diana? No en lo de Andrés. Seguro. A él, como a Aníbal, le bastará seguramente una mujer a mano y los ruidos de su ego para creer que el mundo gira como debe.

A las siete de la mañana sonó el timbre. Era Andy. Con unas cuantas copas de más y unos hilos de sangre corriéndole por la cara. Por poco me muero del susto, aunque al meterle la cabeza bajo la ducha y lavarle la herida me di cuenta de que era superficial: sólo un corte sobre una de las cejas. Chilló como un chico cuando le apliqué un desinfectante y enseguida empezó a lloriquear. Bueno, es un chico después de todo, aunque haya bebido como un viejo marinero. Apenas pude entenderle que a pocas cuadras de aquí tuvo una pelea callejera y le robaron o perdió el dinero, las llaves de su casa y el celular. Le saqué los zapatos e hice que se acostara en la cama de Federico. Después puse a hacer el café y llamé a su madre. A los veinte minutos ya estaba en casa. Desesperada. Al verlo a Andy dormido, lastimado, con la camisa ensangrentada y el pantalón roto, se echó a llorar con un llanto hondo, macizo, que seguramente guardaba desde hace mucho tiempo. La llevé a la cocina y preparé el desayuno. Mientras tomábamos el café con leche me contó que no era la primera vez que Andy regresaba así de la calle, que está muy preocupada y no sabe qué hacer. Siempre tuvieron una buena comunicación pero en los últimos meses todo ha cambiado: el chico no estudia, apenas sí va al colegio aunque falta seguido, no acepta reglas, no se sabe quiénes son sus amigos. Y lo peor, me dijo Diana, destruida, es que creo que consume algo raro. ¿Drogas? le pregunté con el corazón en la boca. No estoy segura, no sé -me contestó con un hilo de voz- pero algunos aspectos de su comportamiento son compatibles con los de un adicto.
Fue como si el universo se derrumbara sobre mi cabeza. Por unos momentos las dos callamos, sin atrevernos a mirarnos. ¿Andrés lo sabe? pregunté finalmente. Me dijo que ha tratado de comunicarse con él durante meses, que le ha dejado mensajes en su teléfono pidiéndole que la llamara con urgencia, diciéndole que era por Andy y que él apenas le ha mandado un e-mail a su hijo preguntando si todo estaba en orden.
Me ha subido a la garganta una furia temible como una llamarada, pero me contuve. Cómo puede... Andy ni siquiera le ha contestado. A fuerza de indiferencia, de escuetos mensajes sólo para su cumpleaños y para la Navidad, de silencios ante los mensajes que el chico le enviaba comentándole sus cosas, Andrés se ha ganado el desamor de su hijo, ha plantado una distancia que quizás nunca logre desandar.
¡Pobre Diana! Qué agobio sobrelleva, y qué sola está. Su padre murió hace años y su madre vive con su nuevo esposo en Río Gallegos. No tiene hermanos y desde que Andrés la abandonó, se ha alejado un tanto de nosotros. Y nosotros de ella, tal vez. Marcelo es un buen padre de sus hijas, pero nunca ha querido asumir otros roles protectores, ni con Federico en su momento ni con Andy. Federico... siempre fue rechazado calladamente. Andrés le clavó su desprecio desde la adolescencia ¿qué culpa tiene ahora de estar lejos de Andy?
Andy es algo así como el testimonio de la disgregación familiar. No están rotos los lazos, pero resultan inhábiles a la hora del dolor. Hay amor, no puedo decir que no lo haya. Así como Aníbal, a pesar de todo ama a sus hijos, seguro que Andrés ama a Andy. Pero el amor no basta. No si no se ejerce en toda su dimensión. No si cada uno hace de su vida una cuadrícula inexpugnable, ignorando a los demás y siendo ignorado a su debido tiempo.
Voy a llamar a Andrés. Tendrá que escucharme lo quiera o no. No voy a dejar sola a Diana ni voy a permitir que mi familia deje de ser una familia.
Hasta soy capaz de viajar a Milán y traerlo del fundillo si es necesario.

Lo llamaré dentro de una hora. Aunque esta angustia que llevo en el alma me siga creciendo y ni siquiera sepa cómo voy a explicarle que debe asumirse como hombre.

Anoche mismo le decía a Estela en el Tortoni que la felicidad es posible si uno la construye a partir de su yo desnudo, libre de ataduras, obedeciendo únicamente al corazón. Va dove ti porta il cuore, le dije recordando el final de la novela de Susanna Tammaro.

Mi corazón me lleva a intentar el camino al corazón de Andrés. Dios pondrá en mi boca las palabras necesarias.

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