martes, 21 de julio de 2009

CAPITULO 13





"Mi especialidad son los divorcios ajenos", fue lo que le dije a Gus. Y él sabe que treinta y cinco años de experiencia como Juez de Familia me dieron la oportunidad de evaluar muchos errores de elección. Sin embargo, lo que aún no había tenido la oportunidad de decirle es que constaté que, pasados algunos años de una nueva unión, un hombre o una mujer se encuentran en la misma situación en que se encontraban cuando deshicieron su matrimonio anterior. No es raro que se enteren de que la nueva pareja tiene los mismos defectos que veían en la primera, porque los seres humanos tenemos casi las mismas imperfecciones. No hay pasión que resista incólume a la rutina: la misma frustración ante el hastío y la falta de emoción se instala en la mayoría de las parejas al cabo de un tiempo. Ésa es la gran prueba que el amor debe superar, la de ganar un compañero o compañera cuando la pasión se acaba. Personalmente estoy convencido de que salvo los casos de malos tratos físicos o psicológicos, o anomalías afectivas graves, deshacer una familia para constituir otra resulta si no un error por lo menos una tontería.
Le hablé sobre la diferencia entre enamoramiento y amor, mejor dicho, le recordé el tema, puesto que fue él mismo quien, hace muchos años, me regaló el libro de Francesco Alberoni. Probablemente lo habrá releído recientemente porque me respondió con una cita textual: "Es posible amar a dos personas al mismo tiempo, amar a una y enamorarse de otra, pero no es posible enamorarse de dos personas a la vez". Le pregunté en cuál de esas situaciones encajaba su relación extra conyugal y afirmó que ama a Ann pero está enamorado de Laura.
Al menos no perdió la lucidez: no olvidó que el amor no es una crisis, es la salida de una crisis. Pienso que leí esa frase en Alberoni.
Sin embargo, parece que el problema mayor consiste en que Ann no ve salida a la situación, está demasiado maltrecha, se siente desplazada y aunque él piense que lo mejor es hacerse perdonar y seguir adelante con su vida familiar, tiene serias dificultades para lograrlo. Pero lo conseguirá, lo sé, lo siento, mi hijo siempre fue un batallador. Al despedirnos no resistí el preguntarle si abandonar a Laura para volver a Ann lo hacía sufrir. "Como un perro", me respondió. Y fue con el corazón estrujado de pena y conmoción que lo vi irse a su vida de dilemas. Querría haberle dicho que conocer a Laura probablemente fue tan solo un azar más, de los muchos que nos suceden en la existencia, pero no creo que esté preparado para ver la realidad con una mirada tan fría. Adelina debe haber notado mi preocupación cuando Gus se fue, porque antes de salir me dijo: "El niño anda triste". "Supongo que andamos todos tristes", le respondí.
El día siguiente Ann me llamó y me dijo que se iba con Ariadna a pasar un fin de semana en la estancia de Fernando. Otra que anda buscando soluciones en donde no se encuentran, pensé, y recordé una vez más a esa mujer a la que oí la otra noche en el Tortoni. Creo que si Ann se dejara guiar por su corazón tal vez fuese por mejor camino. Antes de cortar le sugerí que preguntase a Fernando adónde va a buscar la garra para querer tanto recibiendo tan poco a cambio. Me dijo que era exactamente con ese objetivo que iba a Entre Ríos, y por su respuesta me enteré de que también ella quiere hacer algún esfuerzo para salvar su matrimonio.
Mientras tanto, fui a encontrarme con el inspector Mandelli en el Ibérico, como habíamos acordado. Su conjetura es lógica: piensa que Luzmán puede haber matado a Elisa y a la niña y enseguida mató a Moreno y compuso la escena para simular el suicidio.
Formuló esa teoría en base a entrevistas que tuvo con los padres de Luzmán, los padres de Elisa y el propietario de las casas que alquilaban tanto Luzmán como Moreno. Supo por los padres de Luzmán, a quienes fue a entrevistar a Carmen de Areco, que él cultivó un sentimiento de amor y veneración por Elisa desde la adolescencia, y que por eso se fue tras ella a Buenos Aires, para estar cerca si su matrimonio con Moreno fracasaba. Los padres de Elisa, que viven en ese mismo pueblo, ratificaron eso y le dijeron que Elisa y Moreno los visitaron el fin de semana anterior a la tragedia, contentos porque se habían reconciliado. El locador, por su parte, le comentó que por esos días Luzmán le comunicó que dejaría la casa que ocupaba y que tomaba a su cargo el pago del alquiler de aquella en que vivía Elisa.
Atando cabos Mandelli concluyó que Elisa, una vez separada de Moreno, aceptó a Luzmán y le prometió que iban a vivir juntos, pero después cambió de idea y decidió volver con el marido. Opina que esa frustración de sus proyectos puede haber enloquecido a Luzmán, lo que lo llevó a cometer los crímenes, posiblemente en la secuencia de una discusión violenta. Observé que un escenario pasional no parece compatible con la cuidadosa simulación del suicidio de Moreno, pero el Inspector había ya reparado en ese detalle, por lo que va a pedir al Cuerpo Médico Forense se le informe la hora en que se produjo cada uno de los decesos. Aguardo con interés lo que descubrirá, y no me sorprendería si su teoría fuese exacta: más sabe el diablo por viejo que por diablo, y la experiencia nos permite leer ciertos esquemas mentales como si fuesen libros abiertos.
De todo, concluyo que mire por donde mire a mi alrededor las personas naufragan en sus vidas afectivas y bracean para sobrevivir. De ser cierta la deducción de Mandelli, Luzmán intenta olvidar a la mujer a quien mató por no poder olvidarla mientras vivía; mi hijo, primero se deja enredar en un idilio accidental y luego lo encuadra en una teoría para poner riendas al corazón; Ann busca en los ejemplos ajenos la fuerza para encontrar nuevas perspectivas para su panorama emocional; Fernando espera incansablemente a una mujer que no le prometió que vendría; Teresa elabora cuidadosamente un esquema, bosquejo emotivo para substituir la aventura profesional cuando ésta deje de parecerle estimulante
¿Y yo? Mi último naufragio fue en los brazos de Isabel. Después, la soledad a flote en el mar llano de la nada. ¿Será que aún soy capaz de navegar en las aguas de un afecto y mantenerme en la superficie? Creo que ya no tendré la oportunidad de encontrar la respuesta para esa pregunta.



**********



Qué curioso. Cada vez que debo ejercer a la máxima potencia el rol de mater familias, regreso a mí con unas ganas desmesuradas de abrazarme a un hombre que me ame. Sin tiempo. Sin preguntas. Me siento como una barca a la deriva, no a punto de naufragar, no, pero muy cansada de andar por el océano de la vida diaria con un único remo, gastadísimo, que ansía amarrar en una hombría generosa y dulce. Es curioso, sí. Lo he sentido muchas veces desde que no está Aníbal, pero apenas me he permitido reconocerlo: un pensamiento punzante como una espina al que no he dejado crecer más que unos instantes, desplazándolo casi con violencia en pro de la lista de las compras, las clases o la puesta en hora del despertador. Y ahora, cuando ya estoy a bordo de los sesenta, me animo no sólo a dejar que ese pensamiento cuaje, aunque se ponga filoso como un cuchillo, sino también a escribirlo.
Hace un rato salí de la ducha. Cuando fui a mi cuarto y dejé caer el toallón para vestirme, vi por el rabillo del ojo a una mujer desnuda que hacía años no me atrevía a mirar de frente. Pero esta vez la miré. La recorrí con la vista meticulosamente. Los senos caídos, pliegues en el vientre, el pubis desvaído, los muslos gastados. Patas de gallo junto a los ojos y un par de arrugas recién nacidas a los costados de la boca. Un cuerpo que amó y fue amado, un cuerpo que dio a luz a las criaturas de su especie. ¿Un cuerpo que empieza ya a no ser? Otra curiosidad. Cómo pensar en empezar a no ser cuando hay tanto por hacer, cuando se tienen las mismas ganas de anclar en el otro, de copular para encontrarse en esa esfera vital en la que hallamos la completividad?
¡Ay Dios! Creo que estoy escribiendo un montón de tonterías. Todo esto me pasa, porque encima del esfuerzo emocional de poner a Andrés en el camino de ser padre de veras, ayer me sucedió algo muy peculiar.
Estaba en Ghandi buscando un libro para regalarle a Andrés, algo que le sirva o que al menos lo oriente en esta tarea nada fácil de reanudar con su hijo un vínculo muy deteriorado. El vendedor me dijo que me fijara en los estantes de psicología y de autoayuda. Saqué un ejemplar, luego otro y otro, y al fin ¡se me cayó uno! Cuando iba a levantarlo una mano masculina se me adelantó y al alzar la vista me encontré con el rostro fino y sonriente de ese juez que fue pareja de Isabel. Esta vez no es culpa mía por cruzarme en su camino, me dijo. Y me devolvió el libro. Me gustó su sonrisa, me gustó su perfume, su caballerosidad. Y me quedé como una tonta, como me suele pasar. Seguro que me puse colorada porque él no dejaba de sonreir y me tendió la mano para presentarse: Gustavo Ortiz Martínez. Fingí no conocerlo, y tal vez él hizo lo mismo, aunque en verdad creo que sólo un par de veces nos vimos en alguna reunión y los hombres, cuando están enamorados, suelen olvidar las caras femeninas que no les interesan. También me presenté y no se me ocurrió otra cosa que comentarle la coincidencia de habernos encontrado dos veces por esa torpeza mía de dejar caer un libro. Entonces me dijo: ¿Por qué no dejamos la literatura para otro día y vamos a tomar un café? Dudé, como siempre. Soy tan pava en esos casos. A mi edad... Debe haberlo notado porque esperó serenamente a que aceptara, mirándome con una dulzura que me bandeó el corazón. Fuimos a El Foro y estuvimos como dos horas hablando de miles de cosas: de literatura, de la justicia, de la familia, de los hijos... de la pareja. Hacía tiempo que no lo pasaba tan bien. Insistió en acompañarme a casa y nos fuimos caminando despacio, como dos viejos jubilados. No lo invité a pasar cuando llegamos y él tampoco lo sugirió. Gracias a Dios. Pero me pidió mi número de teléfono y se lo di. Ayyyyy... ¿Habré hecho bien? Justo ahora que llega Andrés. Y bueno, ya veremos si me llama. A lo mejor sólo fue una cortesía, algo así como un broche gentil para un encuentro casual que le permitió quemar dos horas de aburrimiento.
Pensaba en eso. Si pasara algo... No ahora, claro, no lo permitiría, pero si pasara, sólo suponiendo que pasara, dentro de dos, tres o seis meses
¿me atrevería a mostrar este cuerpo en franco proceso de declinación?
¿Será verdad que el amor, aún el amor físico, no pide pechos firmes ni músculos fibrosos sino nada más y nada menos que comunión espiritual?

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