sábado, 25 de julio de 2009

CAPITULO 14





¿Qué atrae a un hombre de una mujer? Supongo que es lo que adivina en ella, lo que no expresa pero uno atisba en su mundo interior. O entonces es que está escrito en el cielo que dos personas están destinadas la una a la otra, como dicen los poetas. Pienso en Marta, así se llama la mujer de los ojos adolescentes a quien volví a encontrar en una librería y con quien estuve un par de horas conversando en El Foro, mientras tomábamos sucesivos cafés y aguas y zumos, ambos prendidos de súbita sed, tal vez por alargar el tiempo de estar juntos. Al menos fue lo que a mí me sucedió.
Mantuvimos un diálogo fluido, superficial sin ser fútil, como conviene cuando dos personas se encuentran por primera vez. Marta tiene la virtud de dar consistencia a los temas que aborda aun si no los profundiza. Reparé que cuando se le hace una pregunta sostiene la respuesta durante una fracción de segundo mientras se reproduce la pregunta a sí misma, elabora la respuesta y luego la comunica. Eso da una encantadora solemnidad a sus dichos, por más que el tema sea absolutamente insustancial. Sus palabras surgen envueltas en un aura de íntima convicción, lo que confiere autoridad a las opiniones que emite cuando el asunto abordado requiere seriedad. Además, es divertida. Disentimos sobre los méritos del sol de Sicilia y del sol de Toscana, fingiendo atribuir desmesurada gravedad al debate, a propósito de un dije que traía al cuello colgado de un hilo de oro. Al final nos reímos mucho cuando me preguntó si yo conocía el sol de Sicilia y le dije que no, que había estado aduciendo razones por el placer de ver el brillo de su rostro cuando defiende un argumento.
Me dio su teléfono y hoy la llamé para invitarla a venir a casa para ver un DVD con fotos de un reportaje que Teresa hizo en Italia, y le propuse que después fuéramos a cenar. Vaciló y dijo que lo pensaría, sin embargo condujo la conversación de manera de averiguar si vivía solo. Le dije que durante el día la empleada está en la casa, por si temiera comprometer su reputación. Debe haber notado que le descubrí la estratagema porque atisbé una risa infantil, con un dejo juguetón en el tono de voz cuando me dijo que se tomó casi sesenta años en construir su currículo de mujer honesta y no creía poder destruirlo en unas horas. Al final aceptó venir el próximo viernes sobre las seis.
Le conté a Teresa que había conocido a una mujer que me gusta y me conminó a que no la dejara huír. Cuando le dije que ya no tengo edad para involucrarme en asuntos amorosos se echó a reír y me preguntó si era impotente. No le respondí por pudor de padre frente a una hija nada discreta. En verdad no, no soy impotente, al contrario, tal vez por falta de pareja desde hace mucho tiempo tengo sueños húmedos, como los adolescentes. Para mi disgusto tampoco Adelina le da más importancia a la discreción que a sus instintos maternales y por eso al atisbar los vestigios de mi incontinencia lúbrica en las sábanas y en mis pijamas ya me dijo más de una vez que tengo que buscar una mujer.
¿La habré encontrado en Marta? Es demasiado prematuro hacerme esa pregunta. Y quizá demasiado tarde para tener respuesta.

Mientras tanto, mis asuntos familiares se encaminan hacia un desenlace feliz. Ann me llamó para contarme que van a intentar con Gus recomponer su matrimonio. Le dije que en nuestra familia no lo intentamos, lo conseguimos aunque cueste, y me contestó con una voz ansiosa que le gustaría tener mis certidumbres. Podría haberle dicho que mis certezas son fruto de la experiencia, pero deduje que le aportaría más ánimos si le dijera que somos seres especiales, hechos de madera de ley. Estuvo de acuerdo. "Sí que lo somos", afirmó, y se le notaba orgullosa de su capacidad para superar obstáculos. En verdad, tal vez seamos tan sólo pecios a la deriva en la riada, como tantos, pero mejor no decirlo. Ni siquiera pensarlo.
Es evidente que Ann aceptó la idea de que lo sucedido fue una crisis más, como tantas que suceden en las parejas. Por su parte Gus terminó su relación extra conyugal: vino expresamente a casa para decírmelo por si eso me quitaba una preocupación, como afirmó con cara de tristeza. No está todo bien para ninguno de los dos, eso está claro. Hay huecos que a veces se transforman en abismos. Fue eso que les dije a ambos, con un tono de voz que intenté que pareciera alegre y no sentencioso: "Si saltaron sobre el hueco y llegaron al otro lado no miren hacia atrás para evaluar el tamaño del salto, porque los miedos no son un buen soporte para el futuro". Y realmente es lo que pienso: lo importante es que superaron el obstáculo.
Creo que ambos buscaban un argumento para justificar su indecisión en cuanto a la fuerza de los lazos que los unían, y finalmente lo encontraron. No fue necesario buscar muy lejos: Ariadna.
Lo presentí cuando la niña vino a casa a preguntarme si, en el caso de que hubiese separación, podría venirse a vivir conmigo. Le dije que sí, evidentemente sí, sin sombra de duda. Sin embargo le hice notar que sería necesaria la aprobación de sus padres. "¿Para qué?" Preguntó, levantando las cejas en el intento de aderezar su carita juvenil con un aire de ancestral sabiduría: "¿Si el padre puede salir de casa, por qué la hija no puede?" Explicó que no estaba dispuesta a ser la hijastra de algún o alguna turista ocasional que se presentase en la vida de Gus o Ann para compartir cama y comida. Con la autoridad que le confiere la inocencia de sus 17 años declaró que en breve será mayor de edad y que es tiempo de hacer su vida Después, con una sapiencia que me causó sorpresa y admiración, aclaró: "No estoy abandonando a mi familia, sólo cambio de residencia, en vez de vivir con mis padres paso a vivir con mi abuelo". Decidí no argumentar. Todo lo contrario, asumí un aire cómplice y le dije que tenía razón, al entrever la posibilidad de que un diálogo de ese tipo con sus padres podría ser la piedra de David en la frente de Goliath.
No me equivoqué. Gus y Anita buscaban una justificación para volverse atrás en su decisión e imagino el lío que Ariadna debe haber armado al exponer su proyecto de mudarse conmigo. Probablemente les ofreció la oportunidad de dejar de lado sus desavenencias y seguir adelante.
También Fernando debe haber ejercido una buena influencia. Cuando lo llamé, antes de la llegada de Ann a Entre Ríos, le dije: "Si algún día Teresa decide dejarte ya sabés que no va a contar con mi apoyo". Debe haber sido razón suficiente para que colaborase para evitar la separación.
Por esas cosas, lo de Ariadna, lo de Fernando, lo de Teresa a quien conseguí que por lo menos se callara si no tenía nada positivo que aportar, fue que Ann terminó la conversación telefónica diciéndome: "Sos un manipulador descarado". Le respondí que desde el inicio les había avisado de que no iba a ser fácil destruír a mi familia. Escuché su carcajada del otro lado de la línea. "Gracias", dijo, "te debo una".
Yo a vos te debo mil, inglesita, aunque todavía no te hayas percatado de que cuando mi mujer se murió pasaste a ser la madre de la familia.



**********



Debo estar loca. Rematadamente loca. Gustavo me llamó y desde ese momento tengo un par de grillos revoltosos cantándome en el pecho. Dios mío... ¿Cómo es posible que a mis años... y después de tanto tiempo... ? Me llamó y me invitó a ver un DVD en su casa, y después a cenar. Y dije que sí. Yo... yo. ¿Será la crisis de los sesenta que me devuelve a los devaneos de la adolescencia? Debo estar loca de verdad. Vaya a saber a qué hora me acostaré el viernes, y el domingo a la mañana llega Andrés. Bueno, no tengo por qué regresar tarde. A lo sumo a medianoche estaré en casa, ya que el sábado tendré que preparar miles de cosas. Además no es prudente prolongar demasiado el encuentro: a las seis estaré en su casa para ver el video, a las nueve iremos a cenar... antes de las doce le pediré que me traiga. Andrés me ha dicho que tendrá aquí su base de operaciones y Andy vendrá el sábado a la noche a dormir para que el domingo temprano Pablo nos recoja y vayamos todos juntos a Ezeiza. Y sí, era de esperarse. ¿Adónde iba a ir Andrés? Con Diana, imposible. A un hotel, menos. Ya veo que Andy también se quedará en esos días aquí, si es que -como espero- padre e hijo consiguen romper el hielo de entrada. Menos mal que será apenas una semana. Ay.... qué digo. Con las ganas que tengo de ver a Andrés, de hablar con él, de que me cuente todo, de abrazarlo. Pero me incomoda pensar que si Gustavo me llama para salir el lunes o el martes, tendré que explicarle, decirle que no. Bueno, me parece que me estoy pasando de revoluciones. Calma, Marta. ¿Quién te dijo que este hombre es el hombre que has soñado a tu lado en una cama eternamente vacía? Está bien, me llamó. Pero nada indica que volverá a llamarme. Tal vez sea sólo el viernes y basta. Y si es así no pasa nada.
No sé qué voy a ponerme. El conjunto nuevo color uva me sienta bien, las chicas me lo dijeron. Pero es con pantalón, creo que me conviene ponerme el gris perla, que no tiene mucho uso y la falda me cae estupendamente. No. El gris perla es fino pero aburrido. Me opaca. Ya sé. Me voy a poner la falda negra con la camisa de seda clara y la chaqueta color fucsia. Pero me voy a comprar zapatos en lo de Ferraro. Menos mal que ayer cobré las traducciones de Pirelli.
¿Cómo será la casa de Gustavo? Me la imagino con muebles de estilo, varios espejos y algunos objetos de arte sabiamente distribuidos: pocos pero de firma. ¿Y si tuviera un amoblamiento moderno, con esos horribles módulos de metal y vidrio? Noooo, no puede ser. Ese hombre de mirada dolorida que sabe sobreponer a sus ojos colgándoles una sonrisa traviesa, no puede tener mal gusto.
Gustavo. Qué hermoso nombre. Varonil. Como tallado en piedra. Pero piedra blanda, firme, con cierta dureza pero muy fácil de rasgar para llegar a su entraña.
No le diré nada a los chicos. No quiero que se alarmen, ni que opinen, ni que empiecen con sus bromas. Ya tendremos bastante en estos días con Andrés y su circunstancia como para agregar otro tema que puede resultar... álgido. Además, no les debo ninguna explicación ¡Qué embromar! Los otros días le comenté a Ester de mi encuentro con Gustavo en la librería, de la charla en El Foro y todo lo demás. Me dijo: bravooooo, agárralo del cogote y no lo sueltes. Y ante mis dudas agregó: tu mamá no te va a retar, no vas a quedar embarazada en una noche de desorden hormonal y además, no tenés veinte años como para tener miedo de avanzar un poco, nena. Ay, es una bestia para decir las cosas pero tiene razón.
¿Tendré que decírselo a Isabel? No sé por qué me da cierto reparo que lo sepa. Estoy segura de que no le va a importar, para ella lo pasado no existe, le resbala. Hasta creo que le resultará divertido que salga con su ex. Pero por ahora no le diré nada.
Mañana temprano iré a la peluquería y después, a comprarme zapatos y tal vez otra falda: una que me avive. Quiero que Gustavo me vea espléndida, juvenil. ¿Me quedará bien el collar de piedra negra con la pulsera haciendo juego que Ester me trajo de Taormina? ¿O me sentará mejor la gargantilla de oro que me regaló tía Juana?

1 comentario:

  1. Ya les he leído todo, me gustó, me gustaron los personajes, la mujer es para mi con una aureola muy interesante, ha sido un placer estar pegadita a uds. en este magnífico intento.

    Les dejo mis abrazos.

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