martes, 7 de julio de 2009

CAPITULO 9





El encuentro con el inspector César Mandelli fue una grata sorpresa. Hombre de pocas palabras, habla con un entusiasmo inusitado de su afición por la pintura. Contó que ése que fue su pasatiempo y la vía de escape del estrés durante su vida profesional, se ha vuelto ahora su principal interés y su ocupación a tiempo completo. Cuando se jubiló empezó a frecuentar talleres y encuentros para pintores aficionados promovidos por el Centro Cultural de la UCA, e incluso participó en algunas muestras de amateurs. Le mencioné que de joven tenía facilidad para el retrato. Entonces me sugirió que volviera a intentarlo, pero debo de haber mostrado algún rechazo por la idea de lidiar con lienzos, tintas y paletas, porque hizo una larga exposición sobre los méritos del dibujo en tinta china, aconsejándome que la usara.
Por un momento me pregunté si estaría dando la imagen de alguien que perdió el norte. Tal vez la desorientación se note en la mirada de uno. Lo cierto es que arrancó una hoja de su libreta de apuntes y anotó el título de dos o tres libros técnicos, de algunos pintores que debo buscar conocer y también la dirección de un taller que él frecuenta, en el intento de seducirme para su afición.
La verdad es que no cuesta nada intentarlo, puede ser un buen entretenimiento durante los próximos meses invernales. Ya me había olvidado de cuánto me gustaba dibujar rostros. Hice el retrato de Eugenia, el de mis hijos, el de mi madre. Incluso el de mi padre en base a una vieja foto y a lo que mamá me contó. La próxima semana me daré una vuelta por las librerías de Corrientes para buscar esos libros. Tal vez me compre un cuaderno de dibujo y tinta china negra para dibujar los rostros que pueblan mis memorias. Será un pasatiempo más, como leer o caminar. Algún día llenaré mi vida de hobbies, como lo hacen los viejos, pequeñas cosas, pequeños hábitos, pequeñas manías, pequeños retazos de pasado, cuidando de que nada alcance a emocionarme, temiendo alguna quiebra en la rutina, evitando a las personas como si fuesen intrusos, defendiendo mi soledad como hubiera defendido a mi propia familia.

Volviendo a mi encuentro con Mandelli, cuando le hablé del caso de Alfonso Luzmán su expresión se volvió neutral. Me escuchó con los ojos semicerrados, más bien con los párpados fruncidos en los cantos, como si concentrara toda su atención en los pormenores. Al sugerirle que usase su influencia para descubrir si Alfonso Luzmán tenía prontuario, no necesitó pensar demasiado para responderme que probablemente no lo habría. "No es un criminal", dijo con convicción, "ésos no dejan translucir sus emociones si se dan un susto al encontrarse cara a cara con un juez". Cuando le hice ver que no se limitó a asustarse sino que desapareció del taller, tal vez para no verme más, jugó con algunas hipótesis: Alfonso Luzmán podría haber presenciado la escena del doble homicidio y quedó traumatizado; podría haber provocado el acontecimiento y sentirse culpable; podría estar involucrado de manera más grave. Cuando le pregunté de qué modo, dijo que de ser el asesino probablemente ése había sido el único crimen cometido en su vida, un crimen de naturaleza pasional, no premeditado.
Pese a entender que las probabilidades de reabrir el caso eran casi nulas, me propuso que mañana nos encontrásemos en el Departamento de Policía para hablar con el inspector Osmar Gonzalo y dar una ojeada a las actuaciones. Le agradecí y alabé la agilidad de su razonamiento al exponer las hipótesis posibles, absolutamente lógicas. Respondió que tenía treinta años de experiencia en lidiar con criminales. Por eso pintaba cuando tenía algún tiempo libre, por eso seguía pintando, confesó. Y añadió enseguida pasando la mano por la frente como para ahuyentar reminiscencias: "para no seguir viendo los rostros de las víctimas".

La conversación con el inspector Mandelli me impresionó bastante. Me quedé recreando en la imaginación las posibles escenas de aquel macabro acontecimiento. Pienso en qué condiciones podría Alfonso Luzmán haber perpetrado el crimen. Y ahora me vuelve con más nitidez a la memoria la imagen de la niña, con quien hablé durante el proceso porque estaba interesado en saber si se encontraba bien cuidada por la madre. Se llamaba Paloma y tenía grandes ojos negros con largas pestañas y la expresión misteriosa que la curiosidad suele poner en la mirada de los niños.

Tal vez algún día haga tu retrato, Paloma.


**********



Esta mañana estuve a punto de llamar a Aníbal. Me arrepentí a tiempo, gracias a Dios. La última vez que intercambiamos un saludo casi formal fue en la Iglesia, cuando las mellizas tomaron la primera comunión. Y no le hablo por teléfono desde hace más de veinte años, cuando Andrés se fracturó el antebrazo en el club.
Pero es que me sorprendió el llamado del Inspector Mandelli. Después de tanto tiempo, y ahora que ya está retirado del servicio activo. Yo ni sabía que él había tenido a su cargo la investigación del homicidio de Elisa y su hija. Nadie me citó en ese momento, ni del Departamento de Policía ni del Juzgado. Tampoco me llamó la atención, porque en realidad era muy poco lo que yo podía aportar. Elisa trabajaba en casa desde que me separé de Aníbal. Era muy buena mujer, sumamente responsable. Se iba a las 4 de la tarde, cuando mamá llegaba, pero si mamá estaba enferma o no podía venir por algún motivo, ella iba a buscar a los chicos al colegio, les preparaba la merienda y se quedaba hasta que yo abría la puerta. Entonces salía corriendo para ocuparse de Paloma. Apenas nos veíamos. Sólo nos cruzábamos. Ella era muy discreta, jamás hacía preguntas y yo tampoco. Algún día que me quedé en casa me dijo que su marido la golpeaba a veces, pero que no era malo. Lo de siempre, pensé. Por eso me alegré cuando supe que se había separado y hasta le ofrecí ser testigo en el juicio por la tenencia de la nena, que él le disputó. Me lo agradeció, pero me dijo que no quería quitarme tiempo, con tanto trabajo que yo tenía. Después sobrevino la tragedia. Pobre Elisa, cómo lloraron los chicos cuando lo supieron. Y pobre Paloma, tan bonita ella con su carita de manzana y sus grandes ojos marrones. Fue un sábado o un domingo, no recuerdo bien. Pero sí recuerdo que el lunes, mientras la esperaba, escuché por la radio la noticia de un doble crimen en Parque Patricios. Y supe que se trataba de Elisa y de su chiquita. Qué triste el entierro. Ese cajoncito blanco sobre el enorme ataúd que llevaba a Elisa, demasiado para ese cuerpo menudo destrozado por la ira demencial de un hombre.
Y ahora Mandelli aparece revolviendo toda esa historia. Me pareció anormal su llamado, su pedido de una entrevista conmigo, con carácter extraoficial. Una charla amigable, me dijo, y me citó en El Ciervo. Para colmo, como una tonta, no me gustó encontrarme con él en una confitería y lo invité a venir a casa. César Mandelli... tengo la impresión de haber escuchado antes ese nombre, pero no con relación a lo de Elisa sino de boca de Aníbal. Hace poco que se jubiló de modo que bien pudieran haber sido compañeros, en alguna repartición antes de que mi ex se metiera a salvador de la Patria. Por eso iba a llamarlo, para preguntarle si lo conocía, si era normal el procedimiento. En fin, más tarde le consultaré a Isabel, a ver qué me dice.
Para olvidarme de crímenes, memorias viejas y citas misteriosas, me fui a caminar por Corrientes después de almorzar. A pasos de Lavalle hay una librería nueva, que al fondo tiene una cafetería muy acogedora, con sillas sumamente cómodas y mesas de madera, cuadradas (odio las redondas con tapa de vidrio). En su mesa de saldos conseguí un libro de Borges que yo tenía, pero Marcelo se lo llevó hace ya como dos años y parece que no lo piensa devolver. Me senté a tomar un café -delicioso, por cierto, ya que muelen los granos en el lugar, a la vista- dispuesta a releer el Informe de Brodie. Pero me topé con la Historia de Rosendo Juárez. Volver a las viejas lecturas implica un redescubrimiento. La experiencia, los años, los conocimientos agregados permiten penetrar frases que se pasaron como un bocado apurado, o ver otros contornos con la luz diferente que el tiempo nos regala. Y eso me ocurrió con el episodio en el que Rosendo cuenta la historia de la muerte de Luis Irala. Me impresionó de otro modo, como si no lo hubiera leido antes, el párrafo en que Irala insiste en batirse a duelo con el hombre por el cual su mujer lo abandonó, aún cuando afirma que ya no la ama y que la última noche que pasaron juntos ella le dijo que "andaba para viejo". Rosendo le contesta que ella le ha dicho la verdad e Irala responde: la verdad es lo que duele.
¡Grande Borges! Qué buen retratista de su género y de su tiempo. La verdad es lo que duele. A los hombres. También a las mujeres, sí. Pero los hombres se pasan la vida declamando que buscan sinceridad en la mujer, que la quieren llana, que odian la mentira... y la piden a cada paso como niños de pecho. Los de entonces, que cuando se afincaban en un lugar se proveían de mujer y caballo, como dice Rosendo. Y los de ahora, que más o menos hacen lo mismo. No hay hombre que quiera la verdad, si esa verdad no lo halaga. Bien, Borges, gracias.
Cuando salía me distraje mirando a un chico parecido a Federico, y tropecé con un hombre que revolvía la mesa de saldos dedicada a las artes plásticas. Se me cayó el libro y él, muy ceremonioso, lo recogió del suelo y me lo entregó con una sonrisa de lo más amable. Me fui rápido, un poco avergonzada por mi torpeza, como suele sucederme en esos casos. Ese gesto, la leve inclinación de la cabeza y los hoyuelos que se le formaron al sonreir me recordaron a alguien conocido. Está más canoso y un poco encorvado, pero estoy segura de que era Gustavo, aquel juez con el que Isabel se fue a Europa. Ella, como siempre, parecía de lo más enamorada. Sin embargo al volver afirmó que el viaje había sido estupendo pero que el romance estaba terminado. Dio todo lo que podía dar, dijo sacudiendo su melena, como si con ello se desprendiera de una hoja seca.
Ay, si yo pudiera desprenderme así de mis hojas secas...


2 comentarios:

  1. ahora paso a saludar ,
    vuelvo a la tardecita.. a leer con más detalle
    besos

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  2. Gracias por venir, espejo doble. Esperamos que hayas regresado para leer con más detalle.

    Besos

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